jueves, 25 de julio de 2013

Lágrimas en la noche

Os conté la historia de la chica de los ojos tristes, os dije como la descubrí y como la seguí y esperé hasta que volvió a aparecer, incluso os he contado que a día de hoy está bien y que sus ojos brillan más que nunca, pero no os he contado el proceso. Fue un proceso duro, de muchas caídas, muchos llantos y mucha tristeza compartida,día en que volvía la oscuridad más eterna a sus ojos y en los que no se atisbaba un rayo de luz en ellos.

Vengo a mostraros algunos momentos de su historia, esto vuelve a ser por ti, mi chica de los ojos tristes.

Todo marchaba bien, me encontraba feliz, tenía todo, amigos, familia, estaba estudiando algo que me apetecía, todo iba según lo planeado.
Una noche de diciembre me encontraba saliendo de la academia, hacía frío, llevábamos unos días con una de esas olas de frío polares que vienen a Málaga de vez en cuando, menudo fenómeno meteorológico, aquí en Málaga no estamos acostumbrados a ese frío tan seco, que hace que te duela todo el cuerpo, nosotros vivimos en una zona donde el frío te cala por dentro, pero no es para tanto, bueno esa noche hacía mucho frío, iba con mis cascos escuchando música, con mi sudadera negra y la capucha puesta sobre el gorro de lana. Andaba camino de la parada para coger el autobús de vuelta a casa, era tarde. El autobús no llegaba y decidí ir andando hasta casa, el trayecto no era muy largo, unos 20 minutos, pero con ese frío se hacía eterno, pero mientras caminaba mi móvil sonó, era un WhatsApp, un mensaje de la chica de los ojos tristes, hacía unos días que no sabía de ella, no se conectaba, no escribía en Twitter, no sabía de ella.
Su mensaje era corto y claro: Te necesito, ¿puedo llamarte?
Al ver eso me preocupé y sin pensarlo le dije que si, me quité los cascos, paré la música y me quité el gorro, me molestaba para poder oir lo que me fuera a contar.
Sonó el móvil y lo dejé sonar dos veces, es una manía que tengo, cogí la llamada y su primera palabra fue un triste y solitario hola...
Por su tono ya suponía que algo marchaba mal, algo la había vuelto a hacer daño, le devolví el saludo y me preguntó que como estaba yo, le dije que bien, muerto de frío, intentaba quitarle hierro al asunto, pero no era posible, algo la estaba torturando mucho.
Estuvimos un rato hablando o bueno mejor dicho diciendo frases sueltas con minutos interminables de silencio. Al final le pregunté que le pasaba, que le notaba la voz muy triste, entonces se quedó en silencio, solo escuchaba el ruido del móvil, entonces un leve sollozo se escuchó al otro lado del teléfono,tras ese sollozo vino otro y luego le siguieron muchos más. No paraba de llorar, yo no sabía que hacer, ella estaba lejos, yo seguía andando, cada vez más cerca de casa. Al cabo de un rato dijo: Pablo, duele mucho, no lo soporto.
Le pregunté que le pasaba, que la había hecho estar así de mal, pero no me contestaba, siempre que se ponía así de triste, se bloqueaba, no podía hablar, solo lloraba.
Solo quería estar cerca de ella para abrazarla como el día en que nos conocimos, que sintiera que mientras que yo siga aquí no le pasará nada, que yo seré su luz cuando las demás luces se apaguen, su amigo, su confidente...

Crucé el puente que va desde Santa Cristina a mi casa, ese que se encuentra al lado del Hipercor, justo al bajar hay una zona de jardines, con unos bancos donde normalmente están los viejos sentados hablando y criticando a la juventud de hoy en día, pero a esa hora no había nunca nadie, estaba vacío, aunque esa noche al parecer no, una figura se encontraba sentada en uno de esos bancos, una chica, estaba con la cabeza agachada, casi metida entre sus rodillas, yo creía que sería una de esas niñatas de mi barrio que se habría escapado de casa para llamar la atención de sus padres porque le habrían quitado el móvil o algo de eso.
Seguí andando escuchando como lloraba mi chica de los ojos tristes, sin embargo empecé a oir como la niñata estaba llorando también, ¿casualidad? pensé, entonces me acerqué a la niña y para mi sorpresa y estupefacción, era ella,increible o no, era ella, estaba sentada en el banco, llorando sin parar, había venido a mi barrio buscándome, ¿Tanto me necesitaba?

Me acerqué a ella y le levanté la cara, la miré a los ojos, me quité la capucha y me puse de rodillas frente a ella, me quedé mirándola, viendo como la oscuridad había vuelto de nuevo a su mirada, no era una oscuridad nueva, ya me era conocida, me era familiar..
Otra vez había vuelto a ella, otra vez vino par hacerle daño, y yo me sentía un inútil por no haber podido estar con ella.
Me miró con ojos empañados en lágrimas, los tenía hinchados, con la voz quebrada por el dolor solo pudo volver a repetirme lo mismo que me dijo por teléfono: Pablo, duele mucho, no lo soporto.
Le dije que ya estaba ahí y que no me iba a ir, no iba a dejarla sola, nunca desaparecería de su vida.
Me senté a su lado, le cogí las manos, las tenía heladas, me acababa de dar cuenta que venía muy desabrigada, como si hubiera salido corriendo tal y como estaba vestida de donde hubiera venido, me quité la sudadera y se la puse, le coloqué la capucha y la rodeé con mi brazo,  ella apoyó la cabeza en mi hombro y allí nos quedamos un buen rato, dejé que llorara sin parar, cuanto más fuertes eran sus sollozos, más la apretaba entre mis brazos, quería transmitirle el calor que una vez le di, eso que la hizo avanzar, que marcó un cambio en su vida.

Pasaron las horas y cada vez estaba más tranquila,  ya no le quedaban lágrimas que derramar, ni voz para gritar, estaba de nuevo vacía, como la primera vez que me la encontré.
Le cogí de nuevo la cara para que me mirara a los ojos, esos ojos tan hinchados, secos, oscuros, tristes, la miré y ella a mi, esta vez fue ella quien se lanzó a mi para abrazarme, no parecía que fuera a soltarme nunca, cada vez me apretaba más fuerte, como si quisiera comprobar que era real, que yo me encontraba allí y que no iba a irme.
Nos encontrábamos abrazados y de pronto, sin esperarlo, me dijo al oído: Gracias de nuevo mi desconocido, por favor no te vayas nunca de mi lado, te necesito.
La abracé más fuerte y le dije: Nunca me iré, te lo prometo.
Nos quedamos un rato más allí sentados, luego la acompañé a su casa, nos despedimos con la promesa de que nunca nos olvidaríamos el uno del otro.
Esto sucedió aquella vez, fue el momento más triste que vivimos,  después de esto hubo algunos momentos tristes, pero no tanto como este. Siempre estará en mi mente, duele mucho ver llorar a alguien que te importa tanto, lo peor es tener lejos a esa persona y no poder hacer nada.
He pasado varias veces por esto y la verdad duele mucho oir llorar a alguien a través del teléfono o en tus hombros, pero es en estos momentos donde se ve quienes son los que te quieren y quienes te apoyan de verdad. Si tenéis un amigo que os ha apoyado en este tipo de circunstancias, que lo ha dado todo por vosotr@s y que os quiere tanto que es capaz de veros llorar y seguir a vuestro lado, por favor nunca lo/la perdáis, ya sea vuestro novio o novia, vuestro mejor amigo o amiga, la próxima vez que le veáis o la veáis, dale un abrazo y decidle lo muchos que la queréis y que no se vaya de vuestro lado, cuando escuchéis la respuesta sabréis si es de verdad tan importante, y si es así no la perdáis, os digo que nunca os lo perdonaríais.

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