lunes, 22 de julio de 2013

La chica de los ojos tristes

Hay momentos en la vida en que no sabes que es mejor, seguir o quedarte parado, luchar o rendirse, intentar alcanzar las metas o dejarlas por imposibles.
Esta es la historia de la chica de los ojos tristes.

Me encontraba vagando por las calles, el invierno acababa de comenzar, pero había empezado con unos días de lluvia, días grises para momentos de tristeza, días en los que salir de la cama se convierte en un esfuerzo, un sacrificio del alma que desea quedarse acurrucada entre las sábanas, para así no perder el calor, ese calor que la protege y que la envuelve acogiéndola en su seno.
Caminaba por la calle, eran las seis de la tarde, llovía... el agua caía por mi cara y mojaba mi ropa, mi único abrigo era la capucha que ocultaba mi rostro, caían las gotas desde el borde de la capucha a mi nariz, haciendo que me secara la nariz cada dos por tres. Al final te acostumbras a esa sensación y se convierte en lo más placentero de ese día.

Las calles estaban casi desiertas, la gente se quedaba en su casa, parece que la lluvia asusta al mundo, pero es solo agua, gotas de lluvia... Las pocas caras que aparecían por la calle eran tristes, sin mucho sentimiento, es verdad eso que dicen que cuando hace mal tiempo las personas se entristecen, parece que el sol es el alimento de su felicidad, pero, ese día el sol no iba a aparecer.

Seguía mi camino, aunque en realidad no tenía rumbo, no sabía a donde ir, andaba sin pararme a pensar cual era el propósito de ese paseo, pero ¿Hace falta un propósito para pasear por la calle? Simplemente me vi con ganas de despejar mi cabeza bajo la lluvia y sus ruidos característicos.

De pronto aparecía algo de entre las calles, de entre esos tonos grises que inundaban el panorama, surgió una figura gris pero con un paraguas rojo, un paraguas que destacaba, me quedé embobado mirando a quien lo llevaba, era una chica, una chica de pelo moreno.

Lo más característico no era el paraguas, sino su sonrisa y sus ojos, una sonrisa desdibujada, unos ojos vacíos, no mostraba la más mínima emoción de felicidad, se notaba como transmitía tristeza. Iba sola, comenzó a andar adelante y decidí seguirla, ver a donde iba, estaba intrigado por esa muchacha.

Caminó durante una hora sin pararse en ningún lado, pero de vez en cuando se quedaba mirando a los escaparates, observando su reflejo, parecía que eso la ponía aún más triste de lo que estaba.
Al cabo de un rato  se dio cuenta de que la seguía y empezó a andar más rápido, con lo que yo aligeré mi paso para no perderla de vista y cuando llegué a un callejón vi que había desaparecido, ya no estaba la chica de los ojos tristes, le perdí la pista en ese callejón...

El resto de días de la semana me la pasé yendo al mismo sitio donde la vi desaparecer, tarde si y tarde también, para ver si la volvía a ver, me había quedado intrigado, sentía el impulso de saber más sobre ella, saber su nombre,por qué tenía esa tristeza marcada en su cara.

Otra vez llovía, me encontraba sentado en un banco frente a la calle donde desapareció, era un día más, una tarde más esperando que apareciera, pero esa tarde algo cambió, de pronto me tocaron suavemente en el hombro, cuando me di la vuelta no podía creerlo, era ella, con el mismo paraguas rojo y sus ojos apagados.

Me preguntó por qué la había estado siguiendo el otro día y por qué me pasaba las tardes allí esperando. La verdad parecía un loco, como le iba a explicar que estaba allí porque me había fascinado de tal manera y sin parecer un chalado, no sabía que responder.
Ella seguía mirándome, me miraban esos ojos, aunque no parecían que pudieran ver nada, estaban apagados, no tenían ningún brillo especial, es como si hubieran muerto hace mucho tiempo, que las lágrimas los hubiera oscurecido.

Entonces le pregunté por qué estaba tan triste, por qué una chica como ella se encontraba tan sola y con esos ojos tan apagados. No supo que responderme, la pregunta la pilló desprevenida, no se creería que iba a ser tan directo, ni yo tampoco me creí lo que le dije, pero no me respondió, siguió mirándome fijamente, ahí de pie, sin moverse, nos quedamos los dos mirándonos mientras la lluvia no cesaba, las gotas caían por su rostro, pero entonces me di cuenta que no todas esas gotas eran por la lluvia, eran lágrimas, lágrimas de dolor, de tristeza.
La chica se derrumbó allí mismo delante mía, soltó el paraguas y me abrazó, yo me quedé impactado, no sabía que hacer, ella se encontraba llorando sobre mi hombro y yo no sabía que hacer..

Al final pasé mis brazos por su cintura, rodeándola, le dije que llorara, que las lágrimas se juntarían con la lluvia y desaparecerían, que se desahogara, sacara todo el mal que tenía dentro.
Al cabo de un rato la chica paró, me miró a los ojos y entonces vi algo extraño en ellos, vi un pequeño brillo, un destello de luz, muy escueto, tan pequeño que casi ni se apreciaba, pero era precioso, suponía un comienzo nuevo para esa chica, el renacer de su felicidad, me miró y me dijo: Gracias por perseguirme desconocido.

Nos quedamos sentados en el banco mientras nos caía la lluvia, sin hablar, solo mirándonos, al final del día ella se fue y yo también, pero cada día después de ese, quedamos en ese mismo banco, a la misma hora todos los día para vernos.

Así fue como conocía a la chica de los ojos tristes, a día de hoy sigue estando conmigo, aún seguimos viéndonos, pero ¿sabéis una cosa? cada día que pasa el brillo de sus ojos crece un poco más.

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